Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:
Hace algún tiempo recibí la llamada de un amigo. Él estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que le había dado en un problema de física, pese a que el alumno afirmaba rotundamente que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir la opinión de alguien imparcial y, al parecer, ese alguien era yo.
Hace algún tiempo recibí la llamada de un amigo. Él estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que le había dado en un problema de física, pese a que el alumno afirmaba rotundamente que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir la opinión de alguien imparcial y, al parecer, ese alguien era yo.